miércoles, 23 de septiembre de 2009

Vaivén


Publicar columnas de opinión es como lanzar botellas al mar. Una cada semana, viaja sin falta hacia lo desconocido. Algunas llegan a puerto seguro, son recibidas y contestadas al instante. Otras se pierden en los océanos de la información y desaparecen del cosmos sin emitir suspiro alguno. Unas son sentimiento puro y otras pura contaminación; basura, ruido para los oídos. No tengo poder sobre ellas. Yo sólo las hago, a veces con amor, otras con furia, pasión, odio, desdén o hueva infinita. En unas, me mueve la energía, la felicidad, el deseo de cambiar el mundo, de comunicar mis sueños, mis ideas, mis alegrías, en otras, vomito frustración, enojo, desgano. Pero cada semana sin falta, me llevan al mar de mi inconsciencia.

Sentada en esta playa, quiero huir del océano que me exige una botella más, sin consideración a mi cansancio. El tiempo no razona, no espera, no aguanta, no se fija que hoy mis ojos están perdidos en el infinito caos de las olas. Estoy atrapada en el sitio mismo donde empezó esta broma absurda de la vida. Y siento el vaivén salado del mar (qué linda palabra) meciendo mis ideas, acomodándolas en este espacio.

Y todo es una gran mentira, no hay mar, ni olas, ni brisa enredando mi pelo, ni sal pegada a mi cuerpo.

Estoy sentada en un escritorio, mis ojos perdidos en el blanco infinito de esta hoja que me exige seriedad. Y yo desvariando. ¡Con tantos temas pendientes en el tintero!

Que esperen por hoy los candidatos a Magistrados, las Comisiones de Postulación, los señores Congresistas probos e ímprobos, los niños que revientan de hambre, la corrupción imperante, el maldito de Portillo con sus millones hueveados, el caso Rosemberg, el transmetro y los vendedores de la sexta.

Hoy renuncio a mi papel de columnista, retomo el diario de una mitómana.

No tengo tiempo de opinar. ¡Qué las gaviotas retomaron su vuelo!

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ánima fiera III


Llega septiembre para escupirnos en la identidad, un montón de símbolos patrios caducos y desteñidos. Hipócritamente, algunos guatemaltecos cuelgan banderitas de los carros y de sus casas, lavando así su conciencia cívica light. ¿Cuántos de ellos sirven a su patria cuando los necesita? ¿Cuántos acuden a los juzgados para denunciar la corrupción y el nepotismo? ¿Cuántos defenderían con ánima fiera la independencia y la soberanía chapina? Mejor no barajo cifras. Seguimos siendo la fincota de la oligarquía. Los dinosaurios habitan nuestra primavera. ¡Que Arzú vaya a torturar a sus nietos con sus ansias militares! Guatemala no necesita más botas, ni balas, más muerte, ni sangre. Eso no es civismo, es cinismo. Somos un país en constante big bang camino a la desintegración social. No sabemos ser guatemaltecos, levantamos barreras llenas de prejuicio, huimos del color moreno de nuestra piel, escondemos nuestros genes indígenas, añoramos la blancura del extranjero y alabamos la civilización de los gringos, ciegamente. Pero llega septiembre y todo ese desprecio a lo chapín desaparece por arte de magia del Espíritu Santo. Se nos eriza la piel ante el Himno Nacional, se humedecen nuestros ojos ante el esfuerzo del niño por llegar a la antorcha, nos emocionamos ante el azul y blanco de la bandera que ondea en el cielo. Y lo más importante de todo, corremos al bar más cercano para celebrar, aunque sea con un traguito, por la patria nuestra. No creo en el patriotismo vacuo, detesto el Himno Nacional de Guatemala. Nunca he visto un quetzal de pecho rojo, y la monja blanca me parece cursi y presumida. Pero me gusta la sombra de la Ceiba, adoro las tortillas de maíz criollo y los frijoles cocidos en olla de barro. Celebro mi país, trabajando cada día para que sea un mejor lugar donde vivir. ¿Y usted?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Fue teté

Hace como dos o tres semanas comenzaron a circular correos en internet con bromas tontas contra el gobierno de Colom, firmadas por una tal Lucía Escobar.

Amigos y conocidos me reenviaron el correo pidiendo que explicara si esa Lucía era o no era yo. No me pareció necesario, así como hace algunos años tampoco le hice caso a mi suegra de que aclarara públicamente que yo no era la secuestradora de la banda Valle del Sol. Pero la insistencia siguió y mandé una cartita de lectores, intentando aclarar lo “inaclarable”. Total, pensé, los que me conocen saben que mis correos suelen ser invitaciones a fiestas, festivales, exposiciones, complots contra McDonald’s o convocatorias a patrocinar becas de niños en Chajul o en Atitlán. Las cadenas, los PPS, los chistes, me quitan demasiado tiempo valioso, tiempo que por lo visto a otros les sobra.

Y ahí es cuando comienzo a inquietarme. Por ahí, en una oscura oficina, hay un tipo pagado por alguien (pues esto ya pasó de broma a trabajo en serio) dedicado a abrir correos falsos con nombres de periodistas y enviándolos a redacciones de periódicos, organismos no gubernamentales y a cuanta persona tenga una cuenta en internet.

Un amigo que vive en Berlín, y a quien también le llegaron estos correos, me mandó un link de una denuncia puesta por el periodista Joaquín Morales Solá también por la misma situación, sólo que era contra el gobierno de Cristina Fernández. Cito al argentino: “Una vez más los periodistas somos hostigados o perseguidos por esta clase de operaciones que tienen como claro objetivo el intento de desacreditarnos”.

Esos correos siguen llegando, ahora con nuevos chistes, todos muy tontos, ni siquiera son grandes complots, sino pura pérdida de tiempo. Ese tiempo que tanto nos hace falta para hacer algo bueno por el país.

En fin, esta vez yo no fui, fue teté...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Grito



Foto cortesía: Paula Morales

Sin duda soy la persona menos parcial para hacer una crítica seria del concierto de Bohemia Suburbana realizado el sábado pasado. Mi opinión está salpicada de nostalgia, anécdotas y sentimientos comprometidos con los integrantes.

Si mi adolescencia tuvo un soundtrack, seguramente más de una canción de Bohemia sonó por ahí para aderezar algún desencanto, beso o momento importante.

Recuerdo con cariño la primera vez que los escuché en vivo, hace más de diez años, en una bodegona frente a Géminis. A medio concierto, se fue la luz y en lugar de que la música se acabara y se cancelara el toque, ellos siguieron tocando acústico, Giova cantó a capella y el público siguió coreando las canciones. Fue un momento mágico en aquellos 90, cuando nos sentíamos invencibles.

Después de eso, los toques se volvieron parte de mi vida, supongo que lo más parecido a sentirme parte de una “mara” fue disfrutar del mosh, ser una masa de cuerpos que bailan, saltan y gritan, donde no importa si luces linda o cool y en donde tampoco es imprescindible drogarse para ser movimiento y vibra.

Además, Giovanni Pinzón tuvo la habilidad de convertirse en una especie de gurú generacional, que nos retaba a enfrentar el sistema, a gritar y a luchar por un espacio en la sociedad. Y aunque su lírica no despide erudición intelectual, en la simpleza de sus letras hay una postura política que invitaba a rebelarse y revelarse.

Por supuesto los años han pasado y dejan sus huellas más allá de la calva y/o la panza. Hace rato que Bohemia Suburbana cambió, como lo hicimos su público y la escena musical en Guatemala. La revolución mental ya casi no atrapa a nadie.

Pero el sábado pasado, volví a sentir la mística, el calor humano de la tribu, se me erizó la piel, me reí y baile como antes.

Y también sentí nostalgia del ayer, de cómo duele crecer.