miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lupe y Concha

Se conocieron en el Hospital General el día que ambas parieron a su primogénito no deseado, cuando aún ninguna de las dos había cumplido 13 años. Guadalupe todavía no entiende bien lo que le sucedió. Antes de que empezaran los cambios en su cuerpo, ya tenía encima a su tío tapándole la boca y tocándola. La abuela dice es su culpa por haber nacido mujer, por provocar a los hombres. Lupe no sabe qué es provocar, a ella solo le han enseñado a servir, a quitarse la comida de la boca para que se alimenten los varones de la casa, a lavar la ropa de los primos, los trastos de los hermanos, a complacer a su padre y a su abuelo, a no cuestionar. Por eso, cuando en las noches recibía la ansiedad dolorosa de su tío, no dijo nada porque sabía que de nada servía quejarse. Nadie hizo nada cuando empezó a engordar, nadie preguntó, nadie le explicó que crecía un niño en su interior. La historia de Concepción es un poco diferente; guapa desde pequeña, siempre fue el blanco perfecto de la lujuria ajena. Su padrastro fue el primero que se fijó en eso y le hacía dar vueltas frente a sus amigos de copas para que vieran cómo iba creciendo de bonita. Fue él quien le compró maquillaje y tangas desde pequeña. Fue él quien sintiéndose el gran Padre, abuso de ella, y la preñó poco después de su primera regla. Ahora Lupe y Concha comparten cuarto de hospital y el mismo destino. Ninguna sabe que es eso de la Inmaculada Concepción. Ambas son madres y vírgenes, pero ninguna espera al hijo de Dios. (Columna de opinión publicada en elPeriódico el miércoles 11 de diciembre del 2013).

martes, 3 de diciembre de 2013

Los niños de las flores

Viven al lado del camino, a lo largo de esa serpiente asfáltica que es la CA-1 en su paso por el altiplano del país. En diciembre salen a la carretera con flores en las manos a decir adiós, quieren que los veamos, que les demos algo. ¿Algo como qué? No es esperanza que no llena la panza. ¿Un regalito, dinero? Esos niños no quieren que les devolvamos el saludo o la sonrisa. No le piden amor a los carros que pasan. Su destino de miseria y pobreza no cambiará porque reciban en Navidad un juguete barato, plástico de poca duración o dulces que piquen sus dientes. Se siente bien jugar a Santa Claus y regalar una ilusión que dura unos minutos. La limosna sigue siendo más cálida que la indiferencia y la frialdad, aunque no cambie realidades. Lo justo sería otra cosa: un estado y gobiernos que tuvieran como absoluta prioridad a esos niños y niñas hambrientos de todo, aburridos y sucios. Pero los padres de la patria solo piensan en embolsarse el préstamo millonario que no pagarán ellos. La deuda creada por tanta corrupción, el costo de la propaganda anticipada y el robo descarado de los gobernantes lo están pagando precisamente esos niños en extrema pobreza y abandono. También lo pagaremos nosotros: en el mejor de los casos en una pesadilla donde nos persigan con sus manos frías. En el peor de los casos no habrá muro ni alambre espigado, ni guardaespaldas que nos libre de ellos. Nos estarán esperando, no con flores, ni con sonrisas fingidas. No estarán esperando con hambre y rabia. ¿Y qué les vamos a dar?
(Esta columna va para mis amigos de VV): -