jueves, 28 de julio de 2011

Librotón y más



Me toca regresar a la vida real, a mi hamaca, a mi perrita, a mis hijos que han empezado a llamarme abuela en lugar de mami, al lago, a los retumbos en la montaña, a los encapuchados y su cacería de brujas. Y dejo atrás los diez días intensos en la FILGUA. Aún no he terminado de digerir toda la información y el cariño recibido por tanta gente que se dio una vuelta en la feria y pasó regalándonos, libros, café, pizza, refacciones, vino, buenas conversaciones o compañía. En el recuento de los éxitos, nos topamos con más de un centenar de entrevistas que aún debemos ordenar, etiquetar y quizá editar. Aunque también son chileras así espontáneas, con la libertad de la gente que al saber que en RadioAti no había patrocinadores, ni publicidad, por lo tanto tampoco censura, pues se descosían hablando. Memorables fueron las visitas de El Tecolote, Ramírez Amaya, de Fratta y Magda Angélica, el Flako de la Bacteria Sound Sistem, Panchorizo y el Primo, Ranferí Aguilar y Pájaro Jaguar, Yolanda Colom, Ana Cofiño y Emma Chirix, José Barnoya, Alejandra Hidalgo, el Bolo Flores, en fin son tantos esos buenos momentos que no caben aquí. Lindo pasar horas hablando de libros, de poesía, de ideas. Y más impactante fue decir que logramos recopilar mil seiscientos libros para seis bibliotecas (incorporamos la de San Pedro La Laguna) y aún tenemos algunos ofrecimientos de más libros que tendrían que ser llevados a la Fundación Paiz (11 Avenida 33-32 Zona 5) con Itziar Sagone, socia y motor de la Librotón. Además recibimos diez discos de músicos para la programación dentro de RadioAti. Y algunos, muy pocos poemas en audio para las bibliotecas de ciegos. Todavía tendré a la venta los “guardapoemas” realizados por estudiantes de la URL pero me falta sede donde ponerlos. Me voy de regreso a mi Lago (Ati), feliz y contenta de poder ir a compartir con los niños del área rural el regalo inmenso que viene en las páginas de los libros. ¡Salud!

jueves, 21 de julio de 2011

Libro en feria



La idea de pasar diez horas diarias durante diez días en un stand de tres por tres metros podría volver loca a la más cuerda. A menos que como yo, sea adicta al mundo de la palabra y la feria sea precisamente la FILGUA. Durante la última semana he platicado con gente tan interesante que me siento privilegiada, como princesa en su propio castillo de Disneylandia. En un país analfabeta, violento, terriblemente estúpido, es un gran honor disfrutar este espacio de las ideas, los libros y la palabra. La gremial de libreros y los organizadores hacen un increíble esfuerzo por mantener viva la FILGUA. Como en todo, siempre existen puntos criticables (como el olvido al centenario del nacimiento de Mario Monteforte Toledo o el mal sonido en muchas de las presentaciones) pero sobre todo es para felicitar, agradecer y apoyar. Hablar de literatura, compartir libros, discernir sobre ideas, fomentar la lectura, contar cuentos, escuchar poesía, conocer quijotes del mundo editorial, gente íntegra con sus convicciones, personas estudiosas que se preocupan por crecer intelectualmente y aprender, ha sido como una inyección de optimismo y alegría para mi ánimo. Estoy convencida que invertir el Bono 14 en libros es mucho más beneficioso para el propio intelecto, la familia y la comunidad que alimentar al ropero o comprar una plasma. Y si no hay presupuesto, igual entrar a las conferencias, los talleres, las presentaciones de libros, al cine o conocer de cerca a los escritores, valen cualquier esfuerzo y los Q.5 de entrada. Por la feria han desfilado todo tipo de personas. El entusiasmo por los libros no es patrimonio de algún grupo social o de alguna generación específica, mucho menos de intelectuales o nerds. Si no que lo diga Francisco José Velásquez, de 10 años quien me regaló este poema: “No es ir al parque lo que quiero y tampoco es ver televisión… yo sé que es la lectura, los libros y el arte lo que me abren el corazón”.

martes, 5 de julio de 2011

Resistencia

Nacemos libres y desnudos. De ahí en adelante todo es un proceso en el que vamos perdiendo libertades y acumulando objetos. Nos llenan de etiquetas. Nos visten de prejuicios, de buenas y malas costumbres. Nos dan una lista de pecados, un rosario de virtudes. Nos alimentan de dogmas, pretenden universalizar nuestros saberes y placeres. Nos enseñan nuestro rol en la pirámide social. Nos sitúan en un lugar en el mundo. Nos domestican, nos aburren. Pocas personas logran mantener en el fondo de su ser, la chispa de rebeldía, la resistencia necesaria para moverse en la Tierra sin perder la cordura y la alegría. Me encanta toparme con la inocencia maligna de un niño que no se reprime al cuestionar a su entorno. Me anima ver a una viejita inquieta moviéndose en la red o en la vida con más soltura que sus nietas. Detesto el sistema educativo represor y la sociedad que se esmera en robotizar o uniformar a todas las personas. La rebeldía natural de un ser humano suele ser mal vista, es rechazada, parece un problema para su adaptabilidad. Pero esa rebeldía es motor de la resistencia, y es la razón por la cual aún creo en la humanidad. Nada me parece más triste que un rebaño de seres humanos domesticados, ellas todas planchadas, ellos todos trajeados. La diversidad es una chispa de energía limpia. El asombro, la curiosidad, lo inusual nos vuelve más inteligentes, más humanos, más sensibles. Ser revolucionario o rebelde no tiene nada que ver con usar barbita o boina del Ché o rechazar las reglas ortográficas. Para mí, la creatividad, la sorpresa es una medicina contra la mediocridad de la vida cotidiana. No sé qué haría si no pudiera convertir la maldición gitana en una bendición, cambiar este miércoles por un sábado, convertir el lunes en domingo o viceversa. Qué haría si la bilis no me dejara invitar a mis deudores a tomar un café o si no pudiera leerme un libro de un tirón para rebelarme contra la estupidez humana. Si me conformara con la inservible educación de la academia y las universidades. Si no me ensuciara de vez en cuando, no chorreara, ni quebrara cosas, si no me diera curiosidad tomar agua de lluvia. Si no soñara con sembrar árboles, arbustos y hierbajos entre la tierra fértil y la piedra dura. Si no leyera poesía, si no liberara libros, si no soñara con criar gallinas, tener un huerto y cambiar el mundo, ¡no sé qué haría!