martes, 26 de octubre de 2010

Los sentidos de la muerte

La foto es mía y es de mis favoritas...

Día de los Muertos y Día de los Santos Inocentes. Noviembre es un mes agradecido que empieza con un feriado. Asueto de calaveras y goma de brujas. De cualquier manera son tiempos para conmemorar a los que se nos adelantaron en este viaje sin retorno.
Mis pupilas gustativas se regocijan cuando pienso en la voz eterna de la abuela recordándonos la medida justa del anís que llevan las butifarras. Casi puedes escucharla criticando el fiambre de la vecina que siempre tiene el curtido demasiado picado. Y como herencia va la madre que aprende y luego sigue la hija (o el hijo), conociendo el oficio del mejor fiambre del mundo, que por supuesto es el que hace mi mamá y no la tuya.
Mi piel reacciona al viento, ese frío elegante que nos trae noviembre, capaz de hacernos remontar el vuelo como cometas de colores, vulnerables a las corrientes de aire. Duele el cuello de tanto ver el cielo azul, imponente y hermoso, profundo y eterno. Hasta que el hilo ya no da más y se rompe la conexión, y se nos pierde en el infinito azul. O tristemente se enreda en los cables de electricidad.
Y están el dolor, las lágrimas y los llantos, y el momento aquel de correr entre las tumbas con el olor a flor podrida persiguiendo nuestros sueños. Quizá es tiempo de huir a un lugar donde las tradiciones no carcoman tanto los sentidos.
Mi memoria de Todos Santos Cuchumatanes, es principalmente olfativa. Entra por la nariz el olor a incienso y copal, el alboroto del polvo y el lodo que deja la carrera de caballos, a la que sanamente renuncié en vida para dejarla como icono inmortal de mis mejores recuerdos. Aún escucho los llantos, y los aullidos de dolor, ahogando con alcohol la tristeza de aquellos que se fueron ya.
El soundtrack de mi muerte es una marimba que se funde con otra, y otra, y otra…

(Lucha libre publicada en elPeriódico el miércoles 27 de octubre del 2010)

miércoles, 20 de octubre de 2010

Arte vs. Comida



Foto de Carla Molina en la cárcel de Pavón durante Fiestas de Octubre 2009. María Sombrilla hizo un show genial, participaron muchos artistas, yo fui maestra de ceremonias y bauticé a un grupo de Tex Mex..


A propósito de las conmemoraciones de octubre, una columnista pregunta: ¿Qué tal si en vez de traer el cuadro de Diego Rivera atendieran a los miles y miles de niños con hambre? El año pasado por estas mismas fechas surgió una duda parecida. Una serie de notas en Prensa Libre aseguraba que el Gobierno gastaría Q7 millones en las Fiestas de Octubre y no en la hambruna del Corredor Seco. En realidad la cifra ofrecida por el Programa Nacional de Resarcimiento, de donde nació la iniciativa, era menor al Q1.5 millones para producir 1,000 eventos gratuitos durante 10 días en 22 departamentos. Asustados como ratones por el qué dirán o quizá listos como linces, las cabecillas del PNR se retractaron públicamente una semana antes de que empezara el festival y hablaron de reestructurar el presupuesto, pero no de cancelar el evento. Aseguraron que pagarían los honorarios de quienes ya habían sido contratados y seguían trabajando. Uno creería que un evento que requiere tanto tiempo y esfuerzo para realizarse, no es fruto de la improvisación sino parte de políticas culturales claras y objetivos concretos debidamente presupuestados y que su ejecución no depende del humor de un político o de la desaprobación de una empresa.


Fiestas de Octubre se realizó digna y milagrosamente gracias a decenas de artistas y profesionales con palabra y compromiso. Un año después el PNR aún deben muchos honorarios. Reto a la periodista que publicó la falacia de los Q7 millones a investigar dónde está el dinero que se “salvó” de caer en las garras del arte y la cultura, ¿cuántos niños se salvaron de morir de hambre con los sueldos y honorarios que no pagaron a los artistas y gestores culturales que trabajaron en Fiestas de Octubre?
Reestructurando la primera pregunta; ¿qué tal si en vez de robar, malversar o evadir impuestos se atendieran el hambre? Estoy segura que alcanzaría hasta para traer al Guernica.


(Lucha libre publicada el 20 de octubre del 2010 en elPeriódico)

martes, 12 de octubre de 2010

Tiro de gracia

Panajachel, doce de la noche de un viernes. Termina la cena en casa del amigo y empezamos a caminar las diez cuadras que nos separan del barrio Jucanya’. En ese breve trayecto nos topamos con seis grupos diferentes de hombres encapuchados y con palos. Son grupos organizados de vecinos por la seguridad del pueblo. Los cuatro primeros “puestos de seguridad” nos dan las buenas noches, nos dejan pasar pero no nos quitan la vista de encima. Algunos toman café, otros guaro. En el quinto grupo, salta un “cara tapada” que nos pregunta de dónde venimos, a dónde vamos y qué hacemos tan tarde caminando en la calle. Quiero contestarle que no soy Cenicienta que qué le importa, pero la prudencia de mi acompañante, me salva. “Venimos de una cena y vamos a la casa”. “Pasen pues”, se escucha. Mi hígado quiere gritar algo pero callo. Las cuadras que siguen hacia mi casa las hacemos en silencio. El último grupo de vecinos nos saludan muy amables, son los hombres del barrio y nos conocen.

Me parece formidable que los vecinos se organicen por la seguridad del pueblo.Pero en cinco años que llevo viviendo en Panajachel y saliendo de noche, es la primera vez que siento miedo en la calle y es por culpa de ellos. Tengo miedo de quienes dicen cuidarme. ¿Por qué deben taparse la cara? ¿Por qué no patrullar con la frente descubierta y carnets que los identifiquen? ¿Quién está reviviendo estas aberraciones anticonstitucionales? ¿Tienen derecho estos nuevos patrulleros a pedir papeles a los peatones y cuestionarles qué hacen de noche? ¿Quién nos cuida de quienes dicen cuidarnos? ¿Por qué no usar tecnología como las cámaras de circuito cerrado en lugar de técnicas cavernícolas?

Como si Atitlán no tuviera suficiente con la cianobacteria, los deslaves, las carreteras destruidas y la contaminación, ahora le agregamos ley seca anticipada, semi toque de queda y grupos de encapuchados patrullando en la noche ¡Qué alegre…!

miércoles, 6 de octubre de 2010

De locos


Pertenecía al bando de los que supuestamente tomaron leche de cocha, los que se quedaron en un mal viaje quizá excedidos del elixir de la Florifundia, ahogados entre octavo y octavo, o tal vez asfixiados por sus propias circunstancias. Nacer aquí, vivir aquí, morir aquí. Almas sensibles a lo imperceptible. El reino de los locos y sus tics. Cruzar la línea y escapar. Era una de esas tantas visiones irreales que abundan en la ciudad. Una despojada del miedo al ridículo. Una loca. Uno de esos personajes que existen en cualquier pueblo y barrio.


Esta loca que ahora ha venido a habitar mis recuerdos, tenía un carácter gatuno, aunque también perruno. Aparecía, desaparecía, arisca y amigable a la vez. De repente, se descosía y comenzaba su perorata. Sus ojos eran canicas volando hacia todos lados, transpiraba miedo, desconfianza, paranoia. Su cuerpo se encorvaba, se achiquitaba, casi desaparecía y luego ya no paraba de hablar y hablar. De su boca salían zopilotes, culebras, mariposas negras y hormigas.


Era la reina de las teorías de la conspiración. Aseguraba que la estaban vigilando, que la seguían, que había un ojo que miraba en todos lados. Decía que los gringos habían escogido a su padre para unos experimentos, que le habían inyectado ¨pequeños seres malignos¨ en la sangre, que lo habían enfermado y que estudiaban su deterioro físico. Decía que su papá tenía pruebas de eso, que doctores y gente importante estaban metidos. La loquita juraba que el Gobierno de Estados Unidos dirigía los experimentos y que prefería no seguir hablando porque la podían matar.
¨Pobre chiflada, mejor invítenla a un trago¨, decíamos todos.


(La Lucha Libre publicado el miércoles 6 de octubre del 2010 en elPeriódico)