martes, 18 de noviembre de 2014

Eterna Violencia

Se encuentra en Guatemala, Cecilia Menjívar, profesora titular de sociología en la Universidad del Estado de Arizona para presentar su libro Eterna Violencia, vidas de las mujeres ladinas en Guatemala, una traducción que ya hacía falta en el país. Aunque Menjívar es salvadoreña ha dedicado parte de su tiempo y conocimiento a la investigación académica del feminismo, los estudios de las mujeres y el género en diversas partes del mundo. Este libro es un valioso aporte para entender y comprender el fenómeno casi universal de la violencia contra la mujer, ese fenómeno que en nuestro país venimos arrastrando desde los tiempos de la guerra y que sigue manifestándose en el día a día de las guatemaltecas, sin importar su etnia, profesión o estatus económico. Su expresión más poderosa es el asesinato, la violación, la tortura, pero la violencia que vivimos las mujeres en Guatemala también tiene manifestaciones más sutiles y cotidianas, casi invisibles y muchas veces normalizadas por la sociedad. El aporte de Menjívar a las investigaciones de género es sumamente valioso para entender e intentar cambiar las relaciones de poder en el país, que implican la marginación y opresión de las mujeres. Como una cirujana de las ciencias sociales, Menjívar disecciona la violencia estructural, política, cotidiana, simbólica, una violencia multifacética que salpica a diario la vida de todas. Y nos recuerda que nos deshumaniza ver como tradicional el sufrimiento, la humillación y la tristeza. Hasta la violencia más sutil o cotidiana, que se disfraza de preocupación como es “controlar el tiempo o la vida del otro” puede traer consecuencias físicas en la salud de las mujeres, que viven aterrorizadas o nerviosas. Este libro también desnuda el papel de la iglesia, la religión, el matrimonio y la maternidad en la normalización de la violencia.

Ayotzinapa

Comenzó como un murmullo de boca en boca, se hizo denuncia en las redes sociales. Sonaba a ficción. Un nombre difícil de pronunciar: Ayotzinapa. Un lugar que ya nunca será igual: Iguala. Un grupo delincuencial de narcotraficantes “Guerreros Unidos” con nexos en el gobierno municipal. Una orden escalofriante dada por un alcalde y su prepotente esposa. Un número que dio la vuelta al mundo: 43. Una masacre salida de las mismas entrañas del gobierno. Una policía corrupta, viciada y terrorífica al servicio del mejor postor. Una historia que parece guion de una película de suspense. La tierra escupiendo muertos y cadáveres en todos lados. Fosas comunes que guardan niños asesinados. Un vacío en una escuela, una ausencia en la familia, un abismo en la sociedad. A medida que la historia de los normalistas desaparecidos se fue destapando, la incredulidad e indignación de la sociedad mexicana fue creciendo. Lo que comenzó como un murmullo se convirtió en un grito de dolor que está dando la vuelta al mundo. Lo que nuestros vecinos mexicanos están sufriendo también lo hemos vivido aquí. Recordemos la masacre en la Finca Los Cocos en Petén. ¿Despellejados, secuestrados, desaparecidos, asesinados? Somos países hermanos que compartimos la misma realidad, los mismos problemas estructurales, la misma prepotencia de nuestros gobernantes, los mismos vicios del sistema, la misma sociedad dormida y entorpecida. Inventamos las mismas excusas tontas para no enfrentar de una vez por todas a un sistema que está podrido desde la raíz misma de su creación. No logro imaginar un final feliz para las familias y los compañeros de los normalistas desaparecidos y asesinados. No puedo creer que no hemos logrado domar a los monstruos, y que aún existan personas que justifiquen lo injustificable. Es demasiado triste y absurdo.

Selfiambre

Entre más pequeña era más odiaba el fiambre. Y eso que no me tocaba picar las verduras ni lavar los platos sucios. El fiambre me fue gustando en proporción directa con mi madurez. De pequeña quería de la vida solo lo rico, lo sabroso, lo bueno. Hoy en día soy capaz de comerme un plato entero sin escarbar ni hacer de menos a las coles de Bruselas ni al curtido. Acepto con más facilidad que no todo en la vida es delicioso o sorprendente. Todavía soy de las que no hacen fiambre, soy “fiambvirgen”. Para soltarme a tremenda aventura culinaria todavía faltan algunos años. Mientras pueda ir a comer donde algún amable familiar voy a seguir evitando la fatiga. Lo que más me gusta del fiambre es que es un plato para compartir, pues por muy poquito que se quiera hacer, siempre sale un montón, se multiplica. Me impresiona que los sabores de unas cosas no se mezclen ni opaquen los sabores de las verduras más débiles. Pareciera que hay un lugar especial para cada uno sin que estorben. Su preparación es todo un ritual de paciencia y buen gusto. Como la alfombras de semana santa, son cosas que requieren gran producción y son tan efímeras como el dinero. Poco dura el fiambre sobre la mesa. Es triste que no todos pueden darse el lujo de un plato de finas carnes frías. El fiambre es una metáfora más cercana a la vida que a la muerte. Cada verdura e ingrediente representa una sorpresa o alegría que nos da la existencia, una pequeña explosión de sabor irresistible. A los muertos talvez les da envidia no poder tomarse una “selfiambre” para presumir que por muy cargada que esté la vida, siempre trae sorpresas para disfrutar.