martes, 18 de noviembre de 2014

Ayotzinapa

Comenzó como un murmullo de boca en boca, se hizo denuncia en las redes sociales. Sonaba a ficción. Un nombre difícil de pronunciar: Ayotzinapa. Un lugar que ya nunca será igual: Iguala. Un grupo delincuencial de narcotraficantes “Guerreros Unidos” con nexos en el gobierno municipal. Una orden escalofriante dada por un alcalde y su prepotente esposa. Un número que dio la vuelta al mundo: 43. Una masacre salida de las mismas entrañas del gobierno. Una policía corrupta, viciada y terrorífica al servicio del mejor postor. Una historia que parece guion de una película de suspense. La tierra escupiendo muertos y cadáveres en todos lados. Fosas comunes que guardan niños asesinados. Un vacío en una escuela, una ausencia en la familia, un abismo en la sociedad. A medida que la historia de los normalistas desaparecidos se fue destapando, la incredulidad e indignación de la sociedad mexicana fue creciendo. Lo que comenzó como un murmullo se convirtió en un grito de dolor que está dando la vuelta al mundo. Lo que nuestros vecinos mexicanos están sufriendo también lo hemos vivido aquí. Recordemos la masacre en la Finca Los Cocos en Petén. ¿Despellejados, secuestrados, desaparecidos, asesinados? Somos países hermanos que compartimos la misma realidad, los mismos problemas estructurales, la misma prepotencia de nuestros gobernantes, los mismos vicios del sistema, la misma sociedad dormida y entorpecida. Inventamos las mismas excusas tontas para no enfrentar de una vez por todas a un sistema que está podrido desde la raíz misma de su creación. No logro imaginar un final feliz para las familias y los compañeros de los normalistas desaparecidos y asesinados. No puedo creer que no hemos logrado domar a los monstruos, y que aún existan personas que justifiquen lo injustificable. Es demasiado triste y absurdo.

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