martes, 3 de diciembre de 2013

Los niños de las flores

Viven al lado del camino, a lo largo de esa serpiente asfáltica que es la CA-1 en su paso por el altiplano del país. En diciembre salen a la carretera con flores en las manos a decir adiós, quieren que los veamos, que les demos algo. ¿Algo como qué? No es esperanza que no llena la panza. ¿Un regalito, dinero? Esos niños no quieren que les devolvamos el saludo o la sonrisa. No le piden amor a los carros que pasan. Su destino de miseria y pobreza no cambiará porque reciban en Navidad un juguete barato, plástico de poca duración o dulces que piquen sus dientes. Se siente bien jugar a Santa Claus y regalar una ilusión que dura unos minutos. La limosna sigue siendo más cálida que la indiferencia y la frialdad, aunque no cambie realidades. Lo justo sería otra cosa: un estado y gobiernos que tuvieran como absoluta prioridad a esos niños y niñas hambrientos de todo, aburridos y sucios. Pero los padres de la patria solo piensan en embolsarse el préstamo millonario que no pagarán ellos. La deuda creada por tanta corrupción, el costo de la propaganda anticipada y el robo descarado de los gobernantes lo están pagando precisamente esos niños en extrema pobreza y abandono. También lo pagaremos nosotros: en el mejor de los casos en una pesadilla donde nos persigan con sus manos frías. En el peor de los casos no habrá muro ni alambre espigado, ni guardaespaldas que nos libre de ellos. Nos estarán esperando, no con flores, ni con sonrisas fingidas. No estarán esperando con hambre y rabia. ¿Y qué les vamos a dar?
(Esta columna va para mis amigos de VV): -

1 comentario:

Manuel Aler dijo...

Desde hace varios años me ha indignado ver a esos miles de niños y niñas, de 1 a 15 años, haciendo "adios" con sus manitas sucias y desnutridas, en una actitud que busca la conmiseración del prójimo ladino y "rico", llevando sol, polvo, frío y viento durante todo el día. Por supuesto, no se trata de una actitud espontánea; alguien bienintencionado dio la idea y los padres, miserables, también, la han adoptado y envían a sus hijos a que durante un mes completo salgan a pedir lismosna a la orilla de la carretera. He visto que vehículos de lujo se "medio detienen" a tirar dulces o regalitos, a unos 20 metros de los grupos de niños, para no tocarlos; algunos se arriesgan a ser rodeados y tocados por esas manitas sucias y con las uñas largas y mugrientas de campesinito hambriento, con los cachetes reventados por el frío. Creo que las escuelas, los COCODES, los curas, los pastores, las radios comunitarias deben tratar de erradicar esa práctica, convertida ya en costumbre navideña, indigna e indignante. Como dice la columnista, el Estado debe priorizar y hacerse cargo del desarrollo de esos niños. Como dice Eduardo Galeano: "La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respetuo mutuo"