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Algún día deberíamos de reconocer que el único Dios de este país es el pisto. No seamos hipócritas, es el dinero lo que mueve esta sociedad. La justicia es una utopía a la que no están invitados los pobres. Me tiene conmovida el caso de Iris Marikey Cifuentes, estudiante de cuarto año de magisterio en Retalhuleu. A sus 22 años fue detenida cuando en un picop transportaba productos de contrabando (huevos y arroz), valorados en Q6 mil 86. Como era la segunda vez que lo hacía, un juez la condenó a 9 años de prisión inconmutables. ¿Cuánto es el impuesto por Q6 mil? ¿Cuánto dinero le va a costar al Gobierno mantener en la cárcel a esta mujer durante casi una década? ¿No es un autogol el que se está metiendo el Estado con una sentencia así de incoherente? El mismo día que leí esa noticia, un tribunal de sentencia condenó a 6 años de cárcel al empresario Jorge Alejandro Fischer Torres por defraudación de impuestos por más de Q108 millones (con derecho a pagar una multa). ¿Es esto la justicia? ¿Les parece lógico este tipo de sentencias? A mí me dan ganas de llorar, me dan ganas de protestar, de quemar camionetas y estaciones de policía. Por supuesto, del dicho al hecho hay un gran trecho. No se preocupen, aún no me he radicalizado tanto. Además, inmediatamente lo pienso y me avergüenzo, no sea que piensen que soy de la mara de Joviel Acevedo, al que por cierto podríamos intentar cambiarlo por la chilena Camila Vallejo. ¡Qué manera tan diferente de liderar un movimiento estudiantil!
Volviendo al Dios dinero, yo me pregunto cuándo nos vamos a dar cuenta de que el dinero no se come. Un día de estos va a tronar todo el sistema económico y quienes no sepan sembrar, ni cosechar, no tendrán qué comer. Este sistema social que antepone el dinero a la felicidad humana va a fracasar. Y nosotros nos vamos a quedar sin agua limpia, sin valles, sin montañas, sin naturaleza, sin tierra para sembrar. Y todo ¿por qué? Porque le hemos vendido el alma de este país a Montana Exploradora, a la mina Marlin, a Tomza o al ingenio Chawil Utz’aj. ¡Adoremos pues, a los nuevos becerros de oro!