lunes, 13 de octubre de 2008
Papa sin sal
Ahí está la plaza, el corazón del universo kalmariano. Y este día azul de octubre me he topado de frente con el mercadito de frutas y verduras.
A simple vista podríamos decir que una papa cruda es igual en Suecia que en Cuba o en Africa. Varía quizá el precio, su color, la textura, el tamaño, el amor o las ganas con que fue cultivad, pero su esencia debería ser la misma. Olvidemos que vivimos tiempos de modificaciones genéticas.
Esa papa que descansa en la canasta esperando ser comprada en coronas y no en quetzales, es una papa sin sal, idéntica en su genoma molecular a aquella cultivada cerca de mi casa, en otro continente donde el sol es más generoso y la luna descansa acostada, relajada y no parada como si estuviese a punto de salir presurosa al trabajo.
Volviendo a la papa, pienso que su sabor depende de muchas cosas. No es lo mismo pues bañarse en vinagre para que la piel absorba un sabor agrio, a ser suavemente untada con mayonesa. Como tampoco dará el mismo resultado si la papa se funde en un abrazo apasionado con un vaso de leche o de crema.
No es sólo de decir: dime con quién andas y te diré quién eres. No es lo mismo ser machucada por unas manos indígenas con un molinillo de piedra, que ser fríamente degollada por el filo macabro de un cuchillo suizo de acero inoxidable, o quedar completa imperturbable, con la piel pegada al cuerpo y ser apenas ligeramente horneada en papel aluminio. Aquí también el tiempo juega un papel importante, ese mismo que hace estragos o milagros, que suaviza la piel o endurece los senos. Tiempo que combinado con el calor dará el toque final a esa papa que he comenzado a desear tener entre mis labios.
Mis receptores sensoriales, me exigen que me deje de cuentos y que procure un acercamiento carnal con la papa sueca. Busco un restaurante que me saque de dudas. Me conduzco pues con mis 10 mil papilas gustativas, aunque para ser sincera, debería restar las que han sido asesinadas por la nicotina, hacia un inmenso plato de papas fritas.
Ansiosa, tomo una papa con mi mano, la acerco a mi nariz, absorbo su aroma y de una mordida la devoro. Las papas tiene sal, mucha sal.
Y saben tan buenas como las piernas de Fredrik Ljungberg.
(Lucha Diaria escrita en Kalmar, Suecia en el curso de periodismo y democracia de Fojo, un ejercicio donde supuestamente que "alabar" con el sentido del gusto. Publicada en elQuetzalteco el martes 14 de octubre del 2008,)
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4 comentarios:
Mano, ya me antojaste las dos cosas...
jajaja, me hiciste buscar a Fredrik Ljungberg y se me antojo... la papa
Lo peor es que me toco leer este texto en la biblioteca de Kalmar y no sabia pronunciar en nombre de èl, entonces la cague pues...porque me cague en el chiste... ya que nadie me entendió
Según yo, se pronuncia /Liunberg/, o no?? Igual, se antoja...y también las papas, para despuesito...
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