Este 2010 se me fue escurriendo sin darme cuenta. Septiembre está por terminar y Foto 30 no vino a Pana, ni yo logré ir a ninguna actividad. Se me secarán los ojos por falta de imágenes frescas y nuevas. Mis brazos aún no han mecido a la dulce Inés, la esperada bebé de mi amiga Claudia. Y la Gloriosa Victoria será para los que viven cerca del corazón de concreto de este país húmedo y tierno. Diego Rivera se encuentra muy lejos de mi realidad de charcos y botas de hule.
En los últimos meses del año suelo extrañar la vorágine de la ciudad. Me veo entre cócteles y exposiciones, hablando cualquier cosa, bebiéndome el tiempo, dejando que la fiesta, el arte y las conversaciones banales llenen mis horas nocturnas con la dulce anestesia de la embriaguez. Y si suenan Las Marimbas del Infierno, diré Aquí Me Quedo, viendo cine nacional.
En mi pueblo, que es cualquier pueblo, la actividad más importante es la feria. Los niños han pasado todo el año esperando el momento en que los camiones viejos se estacionen frente a la iglesia católica con su chatarra a cuestas. La rueda de Chicago, el gusanito y sobre todo los futillos y las maquinitas tragamonedas. Han ahorrado durante meses, han roto la alcancía, han hecho venta de “garaje” de sus juguetes viejos, han montado obras de teatro y han logrado juntar el dinero suficiente para pasarla bien sin tener que depender de las frágiles finanzas de la madre y/o el padre. “¡Al fin churros para niños!”, exclaman emocionados.
Siento a octubre abalanzarse sobre mí con todos sus cumpleaños y actividades extracurriculares. Y siento un deseo extra de ser algo diferente. Ser satélite previniendo tormentas. Ser abstinencia en expansión. Ser polvo esnifado por la nariz del tiempo. Ser agua escurriendo por tu espalda. Ser periódico de ayer.
(Lucha Libre publicada en elPeriódico el miércoles 29 de septiembre del 2010)
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