martes, 21 de diciembre de 2010

El niño J



No está dormido aunque parece. Sabe disimular muy bien la quietud, acostado día y noche en su pesebre. Al menos tiene un lugar fuera del closet para analizar con claridad lo que sucede a su alrededor.

El Niño J piensa en otro niño, un X que no tuvo su buena estrella. Leyó la historia en el papel periódico donde envolvieron al ángel chismoso (desterrado este año al cajón de los adornos viejos). La noticia decía que su madre lo había abandonado al nacer, en un basurero. Aún llevaba colgado el cordón umbilical de la vida. Estaba desnudo y casi muerto del frío. Los bomberos y los vecinos lo rescataron y sobrevivió. Era un milagro su frágil existencia, su soledad prematura retratada en los diarios.

Al niño J le hubiera gustado regalarle su fino vestido de encajes a X, siempre le ha parecido demasiado blanco y lujoso para un personaje perseguido y pobre como él. También le habría encantando compartirle ese espacio cálido bajo el árbol y darle un lugar entre tantas luces. Prestarle la sonrisa encantadora de su madre y el rostro preocupado pero firme de su padre. Un hermano para la historia, alguien con quien compartir la mula, el buey las ovejas y todos los animalitos que año con año se han ido incorporando en su mundo de 11 meses de encierro y uno de despliegue y fiesta.

El niño J sintió otra vez el frío de estos días hiriéndole el corazón. Le asusta ser excusa para el consumismo.

De pronto, los niños de la casa, los de carne y hueso, se detienen de sus correrías frente al árbol para ir contando los regalos con su nombre. El niño J puso su mejor cara, esperando un comentario, una sonrisa, una oración, una caricia, algo menos aburrido que esa letanía de pedidos y marcas de la que hablaban los niños de la casa.

¡El niño J entre tantas bombas de vidrio, luces, estrellas, oro, incienso y mirra, se siente totalmente enajenado! ¿Alguién le hará el milagro de devolverle su fe en la humanidad?


(Lucha libre publicada el 22 de diciembre en elPeriódico de Guatemala)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Deja vu ochentero

Odié los años ochenta, no sólo por su moda asimétrica y chinta sino sobre todo por su violencia generalizada, la carnicería y el ambiente bélico que se respiraba. Recuerdos lejanos de una niñez de miedo y de paredes que escuchaban.
En los noventa se firmó la paz que sólo fue de papel. No hubo diálogo, ni reconciliación, ni reorientación de intereses y fuerzas. Las armas y las balas siguieron siendo el método preferido de resolución de conflictos. Y ahora nos sorprende vernos caminando en círculos, vagando en laberintos sin salida, escurriendo sangre por los noticieros cuando hemos reducido cada vez mas nuestro nivel de diálogo, de tolerancia, de análisis, de soñar con cambios sociales y hacerlos realidad.


Ahí están los ex paramilitares exigiendo eternamente una indemnización, los mismos líos de tierra, las mismas exclusiones, las brechas cada vez más grandes, las contradicciones más marcadas, las polarizaciones más obvias, las mismas heridas que no cicatrizan. Los mismos presupuestos de mierda para educación, salud y seguridad. Los mismos sueldos de hambre, los mismos métodos de evasión de impuestos, de evasión de justicia, de corrupción. Los mismos compadrazgos para obtener puestos en el Gobierno, las mordidas institucionalizadas, la misma compra de votos, las pintas sin sentido en piedras y postes, los mismos políticos ahora reproducidos y aumentados. El mismo miedo a denunciar, a actuar, a defender lo esencial. Y cada vez más huérfanos, más viudas, más fosas comunes. Los mismos perseguidos: el maestro de Sololá torturado (pienso en Lisandro G), la socióloga brutalmente asesinada (pienso en Emilia Q), el artista que no hacía daño a nadie (pienso en Boris J), las mismas injusticias.
Y el colmo es que hasta en las radios suena la misma música de mierda.


(Lucha Libre publicada el miércoles 15 de diciembre del 2010 en elPeriódico)

martes, 7 de diciembre de 2010

Sin nombre


El cerebro en su laberinto de neuronas sucumben en algún momento al poder oculto de las hormonas. Una naturaleza oscura que no brinda claridad. Rebelde en mi sumisión. De temple inseguro y pasiones histéricas.

No me gusta que me impongan las situaciones. Y diciembre es la imposición por excelencia. Tengo que ver a los amigos, tengo que contarte cómo estoy, tengo que sonreír, tengo que ser amable, tengo que regalar y empacar, tengo que abrigarme bien, tengo que compartir, tengo que…, tengo que…, tengo que... ¿Y si dentro de mí no tengo nada?

Un corazón que se siente como peluche viejo; lleno de ácaros, de alergias, de lágrimas pasadas, de babas secas, de ayer. Se me impone diciembre con sus costumbres, sus convivios, sus brindis, sus dorados y plateados, su nieve sintética, sus patéticos villancicos, sus demonios quemados. Lincharon mi paraíso y el cielo se tiñe de rojo. Rojos mis sentimientos, mis odios.

Y luego el recuento de los daños, los años. Odio ver atrás para descubrir que soy un lugar común de errores, de malas decisiones, de pensamientos injustos, de egos, ismos.

La vida como metófora reflejada en el agua del inodoro y la mierda danzando en círculos, dando vueltas directo, quizá, al lago más lindo del mundo.

El Olvido con Windows 97. Una rocola falsa en mi cantina favorita. Y un corazón arrítmico que no se da a entender.

En algún lugar de este mundo, existe una brisa fresca para mi alma vieja. Un libro por escribir.

O una isla a la cual partir.

(Lucha Libre publicada el 8 de diciembre del 2010 en elPeriódico).

lunes, 6 de diciembre de 2010

Sofía y Sophie

Tienen la misma edad, pero no la misma realidad. Para ambas es la primera vez en la zona 1 y es un día que no olvidarán tan fácilmente


Sofía está cansada, caminó, caminó y caminó, bajó y subió cerros, usó Picop, camioneta, camión, volvió a caminar y caminar. Va acompañando a su padre campesino a hacer un mandado. Tiene dos tortillas en la panza y un poco de Pepsi. No sabe bien lo que es mandado pero intuye que es algo aburrido; tiene que ver con colas y esperas. Nunca había escuchado tanto ruido: las bocinas, las ambulancias que se mezclan con los gritos de los vendedores, el gorgorito del policía y un traqueteo grave que no descansa. Tanta información la marea, trata de leer la publicidad, los carteles que van y vienen, pero todos pasan muy rápido y sus ojos no logran descifras las sí-la-bas. Si se perdiera ahí mismo, si la mano de su padre desapareciera, no sabría qué hacer.
Sofia y Sophie cruzan sus miradas, cinco segundos dura el contacto.


Sophie le agarra fuerte la mano a su padre, no le gusta ese lugar lleno de olores que no reconoce y de gente fea, seguramente también pobre. Le han dicho que los pobres roban, que son mareros, que son malos, que le quieren quitar su cadenita de oro y sus aretes de la primera comunión. A Sophie le encanta pasear con su padre, pero cuando el viaje es directo al centro comercial, donde todo es limpio y ordenado, no ese caos gris y ruidoso donde se encuentra hoy. ¿Dónde esta el césped, las garitas, la seguridad de su mundo limpio?
Sofía y Sophie se curiosean con las miradas. A Sofía le parecen fascinantes los ojos azules de esa niña, la carita de muñeca fina, lo bonita y pulcra que se mira. Parece anuncio de tele, piensa. Sophie nunca había visto un vestido tan colorido, ni unas trenzas negras tan largas y bonitas, ni unos ojos negros tan listos y grandes. Parece anuncio de tele, piensa.


Sofia y Sophie se sonríen. Y se reconocen algo en común: las dos tienen miedo. Pero un miedo que podrían aguantarse, si papá les compra un poco de ese maicillo que se les tira a las palomas.
¡Arriba de sus cabezas ondea una bandera!


(Lucha Libre publicada en elPeriódico el 7 de diciembre del 2010)