martes, 29 de julio de 2014

Nacer preso de una sociedad podrida

Hay niñas y niños condenados a trabajos forzosos, a cárceles de apariencias o de alambre espigado. Todo empieza antes de nacer. En el vientre de su madre el feto es espiado, hay que saber su sexo para poder uniformarlo: rosa o celeste. No nacerá cuando esté listo sino cuando el doctor o la madre dispongan. No le darán el tiempo que necesita para su debut en la Tierra porque el acto de nacer ya no es el milagro de la vida sino un servicio que se compra y se vende, que se realiza en horario laboral y se descuenta del seguro. Como al ganado, a los bebés se les marca al nacer, no importa que sea doloroso y completamente innecesario: agujeros en las orejas a ellas, circuncisión del pene a ellos. La primera palabra que una niña o niño aprenden es: no. No toque, no llore. Y se les tapa la boca con un tapón de plástico (pepe). Se le enseña esta cultura podrida con la televisión, los juegos electrónicos y la religión. No se le permite salirse del guacal, pensar diferente, desobedecer las reglas de la sociedad. Aquí la niñez no puede decidir su moral ni sus gustos, mucho menos creerse dueños de su cuerpo ni tomar decisiones sobre su sexualidad. Escuelas, colegios e institutos de todos los niveles se dedicarán durante más de una década a borrar todo signo de individualidad y creatividad en los infantes para que fácil y sumisamente integren las filas del mercado: se incorporen a maquilas, call centers, fincas o empresas. Obedezcan, no exijan y no aleguen. Aprendemos a puro recorte de alas cómo los loros. Y olvidamos que aquí venimos a volar. @liberalucha

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