martes, 4 de marzo de 2014

Carnaval toda la vida

A mi hijo le parece injusto que el Carnaval lo celebren únicamente los niños de pre- primaria de su colegio. “Es discriminación por edad” dice con carita triste. Y es que la emoción por disfrazarse y dejar de ser uno mismo, es irresistible para muchos. Desde pequeños nos enseñan a reprimirnos, a no reírnos tanto, a no gritar, a estar peinaditos y arregladitos, bien planchados, sobrios y elegantes. Aprendemos a portarnos bien todo el tiempo. ¡Qué aburrido! La humanidad sabe desde tiempos inmemoriales que la permisividad y del descontrol como manera de liberar las tensiones es justa y necesaria de vez en cuando, las sociedades saben que nadie aguanta tanta represión durante tanto tiempo. Como los volcanes que deben sacar poco a poco el calor y el fuego interno para no explotar y destrozarlo todo de un solo, para los humanos también es sano liberar las energías de a poquito. De todas las celebraciones católicas, el Carnaval es de mis preferidas, y lamentablemente es de las que se están perdiendo cada vez más. Nos vamos quedando con las tradiciones aburridas y/o consumistas. Me gusta el Carnaval, pero me cae mal cuando en los colegios o escuelas imponen determinados disfraces. Contaba una colega columnista que supo el caso de una amiga a la que le toco hacerle a su hija un disfraz de Trompa de Falopio. ¿? Mejor me río. A todos nos cae bien de vez en cuando, salir a la calle a lucir las plumas, pelarnos un poco, disfrutar de los pecados carnales. Total, para contrarrestarlos existe la confesión y la pastilla del día siguiente.

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