martes, 29 de abril de 2014

Familia $ en Atitlán

El Señor $ va de vez en cuando con su familia a Atitlán. Un día, conmovido por la exuberante belleza del lago, decide construir su nueva mansión en el lugar: será la casa más grande del lago. No importa que para eso tenga que botar muchos árboles y romper montaña y media. No importa que modifique con su deseo todo el entorno. La familia del señor $ quiere un gran embarcadero de madera, aunque ellos visiten cada tres meses el lago, cuando lo terminen le pondrán un candado y un gran cartel que diga “privado” pues no les parece justo que los indios del lugar utilicen su hermoso muelle para practicar clavados o pescar. Cuando la familia $ llega a Atitlán lleva siempre sus propias motos de agua y sus lanchas de lujo para jugar a hacer olas que mojen a los locales, que de paso, se bañan poco, según han escuchado. A la familia $ no le importa que exista una ley que dice que nadie puede ser dueño de las orillas de lagos o mares, igual llenan de cemento y alambre espigado la orilla pues no quieren ver pasar a los niños y las señoras por su propiedad privada. También levantarán un gran muro afuera de la casa para que nadie pueda llenarse los ojos con el privatizado paisaje. Harán una piscina y si pueden importarán el agua de otro lugar, no tan contaminado. De la capital traerán todo, su comida empacada, sus empleados entrenados, su televisión, su Internet, su aire acondicionado, sus perros guardianes y si se puede su propia agua limpia. Eso sí, la basura, la dejarán en Ati-tlán, ya que vea el guardián qué hace con tanta mierda, que trabaje, que para eso se le paga.
Esta columna fue escrita para elPeriódico de Guatemala.

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