Siento un especial afecto por aquellos productos, cosas, animales y paisajes que cada vez cuesta menos encontrarlos. La desaparición por completo de una especie, de un tipo de tejido, de una historia me produce una tristeza tremenda, parecida al SPM*.
Por eso quizá desde pequeña me han dicho que soy una defensora de las causas perdidas. Me produce un gran miedo pensar que el mundo que conozco y amo hoy, no será el mismo el día de mañana. Por eso el desosiego al ver la Carretera Interamericana modificando un paisaje tan conocido para mis pupilas.
Y por esa misma razón es que para mi, uno de los pasajes mas tristes de la historia fue cuando en 1562, un tal fray Diego de Landa quemó sin el mas mínimo cargo de conciencia ocho siglos de literatura maya. Dicen que la hoguera permaneció ardiendo durante tres días seguidos. Así de inmenso era el acervo cultural escrito de los mayas. Imagínense, cuántas maravillosas anécdotas que nunca conoceremos del pasado y que se perdieron en ese fuego maligno.
Y así con esa misma melancolía o “saudade” como la llaman los brasileños, es que pienso en las ranas y sapos que nunca conocí en el lago de Atitlán, las jícaras para tomar agua pura que mis hijos no conocerán, los chupetes triangulares envueltos en papel mantequilla, el queso de hoja, el maiz negro, las tiendas de barrio sin barrotes, el traje regional de los hombres en Santiago, los caites de cuero crudo y hasta los malignos canchinflines. Cada dia algo hermoso desparece y no hay nadie ahi para decirle adios. Tantas cosas se van perdiendo y no quedan grabadas ni en la triste memoria de un niño. Por ello es la importancia de perseverar el pasado, por eso me gusta tanto el cine porque pienso que es por ahí donde los guatemaltecos podremos conservar tantas cosas hermosas que tenemos.
Cada vez que un viejito o una viejita se mueren, con él o ella se entierra tanta información y experiencia que nunca podrá reponerse. Por esa misma razón es que la relación de los abuelos con los nietos es imprescindible, es hermosa y es milagrosa ya que motiva la comunicación entre el pasado y el futuro, sirve de puente de conocimiento y siembra el recuerdo del ayer en el niño de mañana.
Por eso quizá desde pequeña me han dicho que soy una defensora de las causas perdidas. Me produce un gran miedo pensar que el mundo que conozco y amo hoy, no será el mismo el día de mañana. Por eso el desosiego al ver la Carretera Interamericana modificando un paisaje tan conocido para mis pupilas.
Y por esa misma razón es que para mi, uno de los pasajes mas tristes de la historia fue cuando en 1562, un tal fray Diego de Landa quemó sin el mas mínimo cargo de conciencia ocho siglos de literatura maya. Dicen que la hoguera permaneció ardiendo durante tres días seguidos. Así de inmenso era el acervo cultural escrito de los mayas. Imagínense, cuántas maravillosas anécdotas que nunca conoceremos del pasado y que se perdieron en ese fuego maligno.
Y así con esa misma melancolía o “saudade” como la llaman los brasileños, es que pienso en las ranas y sapos que nunca conocí en el lago de Atitlán, las jícaras para tomar agua pura que mis hijos no conocerán, los chupetes triangulares envueltos en papel mantequilla, el queso de hoja, el maiz negro, las tiendas de barrio sin barrotes, el traje regional de los hombres en Santiago, los caites de cuero crudo y hasta los malignos canchinflines. Cada dia algo hermoso desparece y no hay nadie ahi para decirle adios. Tantas cosas se van perdiendo y no quedan grabadas ni en la triste memoria de un niño. Por ello es la importancia de perseverar el pasado, por eso me gusta tanto el cine porque pienso que es por ahí donde los guatemaltecos podremos conservar tantas cosas hermosas que tenemos.
Cada vez que un viejito o una viejita se mueren, con él o ella se entierra tanta información y experiencia que nunca podrá reponerse. Por esa misma razón es que la relación de los abuelos con los nietos es imprescindible, es hermosa y es milagrosa ya que motiva la comunicación entre el pasado y el futuro, sirve de puente de conocimiento y siembra el recuerdo del ayer en el niño de mañana.
(Columna Lucha Diaria, elQuetzalteco, martes 13 noviembre).
3 comentarios:
cada vez que muere un anciano, se quema una biblioteca.
nos dimos cuenta demasiado claramente una semana después de la muerte de la abuela, cuando intentamos hacer la carne de cerdo con arvejas y salsa y no podíamos recordarla toda. hasta unos días antes de su muerte seguía siendo quien indicaba como hacer las cosas (aunque ya no las hiciera).
por eso mi hijo está con sus abuelos por las vacaciones y viajamos mucho. todavía hay lugares donde eso que dices existe.
un abrazo
Patricia
a mí me da mucha tristeza también en pensar todos aquellos recuerdos bonitos que tenemos que nuestros hijos ya no van a tener....
un recuerdo que me vino al leer tu artículo es cuando pasaban afilando cuchillos, sonaban una flauta muy bonita...
saludos
Rebeka
Y las sandias ovaladas, ahora todas son redondas, antes no
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